otoño · 3mo
Escribo cartas, cartas que portan su nombre.
Dichas misivas aguardaban con el anhelo de ser leídas por aquellos luceros azulados,
mucho mejores que el cerúleo del cielo.
Hoy me queda solo el deseo, ese egoísta anhelo
de que el tiempo retroceda,
de que todo sea un engaño y aún pueda llegar a tiempo.
Pero no es así.
La realidad me obliga a enfrentar mi impuntualidad,
y esta agonía que no cesa ya comienza a cobrar su precio.
Desde hace días me quedaba leyendo tus palabras, preguntándome quién se escondía detrás del anonimato, solo porque la curiosidad a veces es más fuerte que yo. No me agradaba la idea de dejarlo pasar, pero por lo menos ahora, me gustaría decir que fuiste leído. Y me preguntó qué dirán aquellas cartas.
